Prólogo de Julián Marías
en la reedición del libro

España como preocupación

de Dolores Franco

Alianza Editorial 1998


foto de Lolita hacia 1948

PRÓLOGO

Es para mí difícil y doloroso escribir sobre este libro. ¿Un libro? No lo puedo ver así. Lo miro como un trozo de mi vida, a pesar de no haber escrito ni una línea de él, y precisamente por eso. Lo compuso Lolita cuando éramos jóvenes, en los primeros tiempos de nuestro matrimonio; ella sólo, pero no ella sola, sino conmigo -del mismo modo que he escrito yo todos mis libros-. Todo lo imaginábamos, lo proyectábamos, lo comentábamos juntos; cada uno realizaba lo suyo por su lado. De vez en cuando, cuando iba a iniciar una sección nueva, Lolita se volvía hacia mí, con los dedos sobre la máquina de escribir, y me pedía: "Un titulito, por Dios". Alguna vez se lo sugería; solía aparecer uno, de repente, al cabo de unos minutos de conversación, de intentos.

De la misma manera, cuando yo escribía una página -una de las miles de páginas que he escrito--, la llamaba para leérsela. A veces le decía: "¿Qué te parece?". Contestaba sin entusiasmo: "Está bien". Yo insistía: "No, está mal". Ella concedía: "Bueno, menos tenso que otras veces". Yo decía: "Sí". Sacaba el papel de la máquina, lo desgarraba, lo echaba al cesto, ponía otro nuevo. Hasta que decía, con los ojos brillantes, con un poco de temblor en la voz: "Ahora sí".

En este libro, España como preocupación, se fue haciendo una porción esencial de nuestra vida, sumidos en la más acuciante preocupación por nuestro país, llenos de un entusiasmo y una esperanza que las circunstancias penosas no hacían más que estimular. Habíamos partido, en nuestra adolescencia común en la prodigiosa Facultad de Filosofía y Letras de Madrid, de un ilimitado entusiasmo lúcido por España; la guerra civil, que nos hirió profundamente, pero no consiguió arrastarnos en su estúpido y fratricida viento de discordia, fue una terrible sacudida para nuestras esperanzas españolas. Pero no nos resignamos; no estábamos dispuestos a creer que España era lo que acababa de ser, lo que estaba siendo; pensábamos que aquello era una locura -una locura consentida-, un mal sueño estimulado interesadamente por algunos, de dentro y de fuera. Teníamos presente lo que había sido España durante siglos, su historia dramática y llena de gracia, sus empresas creadoras, sus desmayos, sus tristezas, su vitalidad siempre renovada. Teníamos en los oídos las lecciones de nuestros maestros, la interpretación inteligente, crítica, esperanzada de todo aquello. Habíamos visto germinar en nuestro siglo, todavía joven, en el breve espacio de nuestras vidas, ideas, formas artísticas, formas literarias capaces de soportar la comparación con cualquier otra, grávidas de posibilidades que no debían sucumbir al odio, a la mediocridad, al resentimiento, al partidismo. No podíamos renunciar ni a nuestro pasado ni a nuestro futuro, y sabíamos que, por duro que fuese el presente -y para nosotros lo era considerablemente-, era nuestro tiempo, el de nuestra vida, que nada podía sustituir. Por ello estábamos dispuestos a aceptar cualquier precio; cuando alguna vez me asaltó la duda de si tenía derecho a imponer a una mujer joven más privaciones de las normales, una vida excesivamente esforzada y austera, por mantener la fidelidad a ciertos principios, Lolita no admitió ni que se plantease la cuestión: aquello era, simplemente, nuestra vida, la suya tanto como la mía, y no podía ser de otra manera.

En este ambiente, en nuestro minúsculo piso de la calle de Covarrubias, se gestó España como preocupación. Trabajábamos los dos fieramente de la mañana a la noche, para intentar llegar a fin de mes, alternándonos en la vieja máquina de escribir, que no tenía punto de reposo.

Al final, pedimos prestada otra, y escribíamos cada uno en la suya, hasta las dos o las tres de la madrugada, para levantamos temprano al día siguiente. Cuando escribió la "Nota final", cuando el grueso montón de cuartillas quedó completo, surgieron los problemas editoriales. y cuando, al cabo de no pocas peripecias, Ediciones Adán presentó el libro a la censura, ésta respondió que el contenido podía publicarse, pero que habría que cambiar el título, porque "Dolores, Franco, España y preocupación hace muy mal efecto". Los censores insistieron en que tenía que decirse que se trataba de literatura y no de política; los editores indicaron que el original llevaba un subtítulo: "Antología literaria". Un censor expresó su convicción de que "nadie sabe qué quiere decir "antología"". Hubo que incluir la palabra "literatura" en el título, y el libro se llamó en su primera edición La preocupación de España en su literatura. Al reeditarse en 1960 (Guadarrama), con grandes ampliaciones, en tiempos un poco menos absurdos, recuperó su título originario.

Es el primer libro sobre ese tema. Apareció en febrero de 1944, con un prólogo de Azorín, "Desideratum", escrito con increíble rapidez, poco después de recibir el manuscrito. En 1946 se publicó en Buenos Aires El concepto contemporáneo de España. Antología de ensayos (1895-1931), de Ángel del Río y M. J. Benardete. En 1949, publicó en Madrid Pedro Laín Entralgo su libro España como problema.

La reacción a La preocupación de España en su literatura fue minoritaria pero entusiasta; las figuras capitales de la cultura española, desde Menéndez Pidal hasta Marañón o Dámaso Alonso, expresaron su estimación por esta nueva visión de un aspecto esencial de la realidad española, investigado, mostrado, interpretado con agudeza, emoción y encanto literario. Fuera de España, la respuesta fue probablemente aún mayor: no he encontrado biblioteca universitaria en que no figuren una o las dos ediciones de este libro.

¿Estaba terminado? Siempre podía ser más rico, más denso; cada época podría tener una representación más "tupida". Sobre todo, podría ampliarse hacia el presente. Justo es lo que empezó a hacer la segunda edición. Su autora pensó desde muy pronto que una tercera debería dilatarse; dar acogida a una intensa reflexión sobre España después de la guerra civil; mirar el pasado desde un punto de vista más cercano a nosotros. No ha podido hacerlo. Acaso un día intente realizar ese proyecto, completar este libro siguiendo las líneas que conozco tan bien, escribir con mi mano ese resto de su libro, ya que se engendró en el ámbito de nuestra vida común.

No puedo opinar sobre España como preocupación: es algo demasiado cercano e futimo, y hoy doloroso. Pero sí puedo decir que desde su publicación he sido frecuente lector de este libro, y en él he encontrado una de las imágenes más inmediatas, veraces, profundas e inteligibles de la realidad española. Lo de menos -si se me entiende bien- son los textos, con ser deslumbradores. Lo decisivo es la melodía que componen, la historia que ellos mismos, con su yuxtaposición, cuentan. y la interpretación, inverosímilmente concisa, sin una palabra de más, realizada en las introducciones al libro, a cada época, a cada autor. En estas páginas se asiste -no hay vocablo mejor- a la historia de España; pero, sobre todo, se la ve en cada instante programáticamente, como un proyecto, con un dinamismo interno que por ser humano es dramatismo. En ningún otro lugar he encontrado nada semejante. En mis meditaciones españolas, he recurrido una y otra vez a estas páginas, que han vertido siempre extraña luz sobre la época o la cuestión que en cada momento me inquietaba. Creo que, sin atreverse, sin casi pensarlo, hizo Lolita en este libro uno de los primeros ensayos de razón histórica.

En este volumen se incluyen, como apéndice, tres artículos escritos por su autora entre 1950 y 1956. ¿Por qué? He pensado que debían salvarse, no quedar olvidados en publicaciones de muy difícil acceso, que merecían ser releídos. No sólo por su calidad, sino sobre todo por su cualidad y significación. En el fondo, se plantean el mismo tema del libro: la preocupación de España; son la contribución personal de la autora al tema que estudió e historió; componen un capítulo más de esa ideal edición que llegaría hasta el presente.

Pero hay otra razón más, y que considero más interesante. He releído con atención esos tres breves textos, tan concisos como todo lo que su autora escribió, tan llenos de realidad, de observación, de recuerdos y anticipaciones. He encontrado que aclaran los caracteres de los escritos, breves también, que articulan los de los autores incluidos en esta antología. Veo en estas páginas un ejemplo particularmente saturado de esa manera de pensar -y por tanto de escribir- que he llamado la "razón vital femenina" (Antropología metafísica, 1970; La mujer en el siglo XX, 1980), distinta de la masculina, ya que la razón es la vida misma en su función de entender la realidad. A las dos formas de la vida humana -varón, mujer- corresponden dos formas de razón. El sistema de la atención es diferente; lo que se percibe de la realidad , por consiguiente, no es lo mismo, y es diversa la perspectiva; las conexiones vitales que se establecen entre los diversos elementos o ingredientes de una realidad cualquiera están condicionadas por la manera de instalación en cada uno de los sexos, por la manera de proyectarse vectorialmente desde ella.

El punto de vista de esos tres artículos es rigurosamente femenino, en un sentido inesperado: con extraña precisión, con ojos perceptivos y penetrantes, sin la menor vaguedad, la autora descubre elementos en los que un hombre no habría reparado, se detiene en aspectos que en una perspectiva masculina parecerían irrelevantes y se pasarían por alto, establece nexos que en la otra forma de razón quedarían sueltos. Esos objetos no son meramente tema de "consideración" intelectual, sino que son interpretados dentro de una vida, funcionan en ella, son analizados por sus internos mecanismos, intereses, estimaciones, emociones, proyectos. y esa vida es, inconfundiblemente, de mujer.

Lo que una mujer como tal ve, no lo puede ver un hombre, y por eso es capaz de enriquecer y completar la intelección de lo real. He hablado de "la fascinadora impresión de inteligencia que nos hace siempre la mujer bien dotada y bien instalada en su condición de mujer. Fascinadora, porque nos descubre algo nuevo, una manera distinta de ver las cosas, una perspectiva desconocida, un relieve inesperado de las mismas cosas. Nos parece que descubrimos un nuevo continente, y así es; o, si se prefiere, la otra cara de la Luna".

Cuando escribí estas líneas, no hacía sino describir la fascinación que he gozado, que ha enriquecido mi capacidad de entender durante casi toda mi vida; y que, por muy hondas y complejas razones, prefirió casi siempre esconderse.

 

JULIÁN MARÍAS

Madrid, enero de 1980.